Juchari Undakua /Editorial
Los pueblos originarios de México, entre los cuales se encuentran las comunidades p’urhépecha, de la evicción habida, cuando el atropello de los castellanos, a hoy en día suman ya quinientos largos años. Sólo que no se trató de un hecho histórico de carácter aislado, porque la evicción, vestida de multímodos ropajes y multiplicada ad infinitum, imparable, se ha venido repitiendo a veces sí y a veces también, no sólo de parte de la sociedad mestiza dominante, sino, para vergüenza nuestra, también de parte de algunos de nosotros mismos.
Echar la culpa a factores y personajes que nos son ajenos, si bien ha sido la causal dominante, no quita que también sea nuestra culpa. Como fue la de Cuiniarangari, uno de los informantes de Fray Jerónimo de Alcalá, redactor de la Relación de Michoacán, quien por sus servicios a los conquistadores llegó a ser bautizado con el nombre de Pedro, ennoblecido con el título de “don” hasta fungir después como encargado de llevar las cargas que Cristóbal de Olid había impuesto y colectado a los habitantes de Tsintsuntsan; más no sólo eso, sino que luego de ayudar a ese criminal en la conquista de Jalisco, terminó siendo nombrado como Gobernador de la civdad de Mechoacan. Y como en los últimos dos decenios, ha sido la culpa de algunos de los compañeros que hubieron o tienen apercibido puestos de gobierno turhisï
De hecho, con el fin de no olvidar nuestras raíces, de fincarnos en ellas para recuperar nuestra identidad, para sembrar, para hacer crecer y ramificar nuestras luchas autonómicas, fue que así que un grupo de p’urhépecha emprendimos a crear el medio indígena, arropado en papel periódico, nuestro medio regional Xiraŋhua. Pero, a como veintisiete años después se siguen mirando las cosas, no basta voltear atrás. Es indispensable reflexionar, abandonar consignas faciloides y, de endógena manera, iluminar nuestro corazón y mente hasta asumir nuestra propia responsabilidad. De ahí el renacimiento de nuestro antiguo tabloide, apersonado hoy con el nombre de Tzandhpequa.
Rico como es nuestro idioma de raíces y temas verbales, habla de objeto primario, flexible en su orden, de marcación doble, casual y pospositivo, de manera tal que aglutina, sufija, polisintetiza y verbaliza; no es de extrañar que nuestro nuevo nombre se finque en la raíz tza– que acuna el significado de ‘hacer sol’, ‘iluminar’, p’e = antipasivo o, entras palabras, activo y qua, nominalizador, cuya suma da como resultado: ‘lo que nos ilumina’. Que no es otro, sino con la suma de todos y cada uno de los compañeros p’urhépecha, reflexionar de manera endógena, es decir, por nosotros mismos y de manera autocrítica, sobre lo que las comunidades p’urhépecha necesitan para acurar su identidad de modo que les permita echar una mirada crítica a su pasado, replantear su presente y planificar su futuro.
Que de eso se trata este medio en formato digital que hoy nace y se pone a tu consideración para que lo construyamos juntos.
Ireta P’urhépecha 2 de septiembre de 2024.