Sentimientos secuestrados
UNA MIRADA A LOS SENTIMIENTOS DE LA NACIÓN DESDE LA ÓPTICA DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS
A FRANCISCO MARTINEZ G.
Introducción
El Grito de Dolores, arenga que hiciera Hidalgo para iniciar la lucha por la Independencia, dio lugar a que en muchos corazones surgiera la esperanza por un México libre, fuerte, autónomo. Uno de ellos, egregio, fue el del Caudillo del Sur, con sus Sentimientos de la Nación. Iluso sería suponer, porque nos lo ilustra la historia, que tras los múltiples avatares que acarreó esa lucha, una vez consumada, terminarían. Más bien podemos aducir que, hablando en plata, hasta la fecha nunca hemos tenido un México realmente independiente. Veamos. Durante ese lapso de doscientos años nuestra patria perdió más de la mitad de su territorio, su dependencia al vecino del norte no sólo no ha parado sino que ha crecido en forma exponencial, su recorrer por los años le ha llevado de la dictadura porfiriana, al priato y del priato, a la partidocracia.
De manera aún más marcada, dentro de ese maremágnum, existen grupos humanos (orillados, desde la conquista hasta nuestros días, a reptar entre sus zonas de refugio) para quienes ni la gesta de la independencia, ni la utopía de Morelos expresada en los Sentimientos de la Nación, les han traído el fruto de en verdad ser y vivir libres. ¿Por qué? Porque todavía en este siglo XXI.
1.- LOS OTROS SON LOS BÁRBAROS
Veamos. Antítesis de lo propio, a decir de los filósofos griegos, bárbaro es el radicalmente diferente, el que habla otro lenguaje. Quienes representan otros intereses, aquéllos con los que es difícil entenderse; esos otros son los bárbaros. Las diferencias de idioma, de identidad política, de creencia religiosa, de raza étnica, de mundo cultural, constituyen la marca fundamental de alteridad. Bárbaro es la mutua imagen que se forjaron amerindios y europeos, castellanos y p’urhépécha; la que ahora nos formamos los mexicanos y gringos, los católicos y los protestantes, la que en la pasada contienda electoral presentaron del competidor nuestros partidos políticos. Siempre, el paradigma referencial ha sido el propio mundo. La consecuencia inmediata radica en la supremacía pretendida de quien mira y no de quien resulta mirado: “Es natural que los griegos dominen a los bárbaros”, como en Ifigenia en Áulide apunta Eurípides
El fundamentalismo miopea en cuanto impide mirar que existen bárbaros civilizadísimos: los griegos no valoraron a los egipcios; orientales y occidentales acusan una ignorancia supina del mundo del otro, y en México, la sociedad nacional que, a más de estar perpetrando un continuo despojo a las comunidades de los pueblos originarios, no deja de mirarlos con pretendida superioridad. Como en el pasado ha sido, hoy en día nadie se escucha. Unos a otros nos descalificamos. Como factor de identificación, el énfasis en sí mismo conduce a menospreciar rasgos diferenciadores que a la vez que separan, complementan. El propio egoísmo sectariza en cuanto conduce a olvidar que como pobladores de un mismo universo, todos somos polvo estelar. Conduce además a ignorar el idealismo estoico de la humanitas: sólo el violento y marginal es un bárbaro. Y, por tanto, a olvidar que en lo que al otro respecta, si se halla marginado o, como en el Sentimiento Nº 12 lo califica Morelos, “pobre” y anejo a “la ignorancia, la rapiña y el hurto”, se trata de un desposeído de la sociedad que en el país no ha lugar porque,
2.- SIN TERRITORIO NO HAY AUTONOMÍA (NI SENTIMIENTOS QUE VALGAN)
Bajo ese tenor, uno de los temas que causa más controversia, no sólo entre constitucionalistas, sino entre muchos de los actores de nuestra sociedad —munícipes, profesionistas, maestros y sacerdotes— es la naturaleza colectiva de los derechos de los desposeídos. En este caso y bajo la visión endógena en que me arrimo a los Sentimientos de la Nación: de los derechos de los pueblos indios. Sobre todo, los que infieren territorio y autonomía. Los que, de no haberlos un pueblo, terminan siendo totalmente contrarios a las garantías que consagra nuestra Constitución. Hay constitucionalistas que arguyen que las garantías fundamentales van para todos los ciudadanos, entre ellos, los indígenas. Según ese punto de vista, hablar de territorialidad dentro de un Estado y de autonomía dentro de una Nación, equivale a aceptar un régimen de excepción.
Sin embargo, la realidad que hasta hoy han estado soportando los pueblos indios trágicamente contradice todo principio de universalidad. Por una parte, ocupando el nivel más bajo de la escala social, siguen insertos en una estructura de dominación por parte de los grupos ladinos, a la vez que su población continúa subordinada y corporada a asentamientos mestizos. Vecinos sí, pero separados por una barrera de prejuicios: discriminación racial, tratamiento desigual, dependencia económica, centralismo religioso, control político. Por otra parte, ninguna de las garantías individuales que consagra la Constitución ampara de facto el ejercicio de sus derechos colectivos. Y lo que es peor, tampoco ha sido capaz de garantizar los derechos individuales de los pueblos indios.
¿Existe de veras un antagonismo válido entre derechos individuales y derechos colectivos de los pueblos indios? El artículo 4º de la Constitución estipula que “la nación Mexicana tiene un carácter pluricultural sustentado originalmente en sus pueblos indígenas”. Es decir, México fundamenta su existencia en un sujeto preconstitucional de carácter indígena. Mas no todos los mexicanos reconocen ese distintivo como venido de los pueblos indígenas. Pasan por alto, además, su funcionamiento colectivo. De hecho no son los mestizos, son los pueblos indios quienes demandan reconocimiento. La sociedad nacional se pone nerviosa, porque su etnocentrismo mestizo le impide entrever que ni el término pueblo ni el concepto de autonomía implica separación del Estado nacional. Es precisamente el artículo 133 constitucional el que toma la autonomía como espacio comunitario donde los pueblos puedan acotar y hacer efectivas sus propias instituciones. Autonomía y autogobierno más espacio territorial, garantizan existencia. Desarrollo, además. Por eso, aquí en Michoacán, la demanda indígena sobre sus derechos colectivos es un rechazo a seguir permitiendo su asimilación por entes ajenos. Entre los cuales, los grupos delincuenciales y, con la invasión de sus monocultivos, los aguacateros.
Quienes están contra la autonomía de los pueblos indios temen, porque todavía piensan que éstos se quieren colocar sobre la nación mexicana. Confunden, al parecer, soberanía con autonomía. A diferencia de los Sentimientos del prócer de Nocupétaro, lo que los sentimientos de los pueblos indígenas andan reclamando es su derecho a la diferencia como rango constitucional. Buscan carta de ciudadanía a sus sistemas propios de organización y gobierno comunitarios y al usufructo de los recursos naturales que contenga su territorio. No debiera ser tan difícil de entender. Si para los mestizos resulta obvio que el derecho de un individuo termina donde empieza el del otro, ¿por qué no entienden también que para el indígena resulta igualmente claro que el derecho de otra cultura termina donde la suya comienza?
En todo caso, e inculturando una lectura de los Sentimientos de la Nación a los parámetros conceptuales de su tiempo,
3.- PARA SEGUIR A MORELOS
hay que rebasarlo por la izquierda. Puntualizo. Entre nosotros, al menos en las Cuatro Regiones P´urhépecha, más allá de lo que expresa Morelos en sus Sentimientos de la Nación, lo que demandamos es el rescate de nuestro territorio y el ejercicio de una auténtica autonomía. Con una exigencia toral: quitar todo obstáculo para proceder como una comunidad de comunidades que, dentro de una justa relación con la sociedad mestiza, vuelva realidad la autonomía y el autogobierno que de injusta manera fueron arrebatados a los pueblos indígenas. Lógico sería entonces ver arropada su cultura por su propia lengua, adecuado el sistema educativo a su índole histórica y cultural, manifestada su idiosincrasia según su propia teleolología y sostenida según recursos y estructuras locales. Enriquecería con eso al Estado de Michoacán. A tenor de la ‘república hospital’ que hace cuatro siglos fomentara Vasco de Quiroga en los pueblos fundados, hoy, yendo más allá de Los Sentimientos de la Nación, la sociedad michoacana no puede considerarse madura si no ha producido estructuras encarnadas en y con los pueblos originarios.
Por desgracia, la realidad de esos pueblos (p’urhépecha, matlazinga, náhuatl, mixe) es otra. No sólo porque desde hace 500 años sufrieron la evicción de la conquista, sino porque, aunque participaron con Hidalgo y Morelos en la gesta por la independencia, no se les hizo justicia. Día a día los poderes del gobierno han luchado sistemáticamente para que el autogobierno indígena quede ausente del campo territorial, ideológico, político y educativo. Ni distritos electorales indígenas, ni municipios realmente autónomos. Mucho menos, por ejemplo, un estado p´urhépecha. Como cuentas de vidrio, lo que el gobierno estatal les entrega es el presupuesto directo.
Al embate externo, súmese el interno. Numerosos indígenas de hoy han ido bajando la guardia ante las seducciones del individualismo neoliberal. Son muchos los que ya no voltean a sus raíces culturales.
Seguir los pasos de Morelos implica reencontrar sus huellas. No es posible seguir a quien no se conoce. Y si bien la relevancia histórica de Morelos va adelantada por los múltiples estudios que se han hecho sobre su pensamiento y obra, su relevancia popular en la Meseta no va más allá, en algunos aspectos, de leer su nombre en algunos textos, calles o escuelas y su figura en estatuas y lienzos. ¿Qué tanto se sabe en estas tierras de la vida y obra de quien llaman el Caudillo del Sur? ¿Cuánto de sus Sentimientos? Muy poco. Y no sólo el iletrado las desconoce. Inquiriendo a algunos profesionistas y autoridades municipales, su respuesta no trascendió al que fue quien “luchó por la independencia” en estas tierras y a que fue el Cura de Churumuco y la Huacana y de Nocupétaro, luego. De detalles de su vida casi nada, tampoco de su semblanza, mucho menos de conocer su testamento o sus ordenanzas. No se sabe que José Ma. Teclo nació en Valladolid en 1765 un 30 de septiembre. Que a los 9 años, ante la ausencia de su padre, hubo de ganarse el pan. Que estudió clases mínimas y menores en el Colegio de San Nicolás. Sí, que entró al estado clerical. Más no que le agradaba el ministerio y el culto y que con sus dineros construyó la Iglesia de Nocupétaro. En parte, que siempre fue inflexible frente al abuso peninsular y que se formó en un ambiente proclive a la ilustración y al liberalismo. No, que en su tiempo los indios, ocupados de los servicios domésticos y de los trabajos agropecuarios y mineros, no podían disponer del producto de sus tierras comunales sin autorización de la Real Hacienda. Tampoco que sabía que buena parte de los recursos que se exigían a los indios iban a las arcas virreinales. Casi nadie, que en Los Sentimientos de la Nación, aunque Morelos declara que se moderen la opulencia y la indigencia y aumente el jornal del pobre, en ninguno de los 22, signados en Chilpancingo el 14 de septiembre de 1813, menciona a los pueblos originarios, como poseedores legítimos y hasta entonces despojados.
En todo caso, más allá de ponderar Los Sentimientos de la Nación, queda el seguir en estos tiempos el camino iniciado en aquéllos por Morelos. Por eso resulta imperativo rescatarlo de los ambientes cultos que saben, pero no encarnan su obra, para hacerlo pueblo. Sin embargo, que su recuerdo perdure o se encarne en pinturas y monumentos, en tanto no adecuemos su obra a estos tiempos, suena a blasfemia. Porque al igual que cuando Morelos luchó por la independencia de estas tierras, el siglo XXI, si bien en ropaje diferente, nos presenta la misma tragedia. Esta vez la hecatombe no viene por parte de los españoles. Es el gobierno y la sociedad mestiza quienes ahora la perpetran. Porque mientras el Gobierno se reúne una y mil veces buscando cambiar las formas sin cambiar las leyes, las instituciones civiles se empantanan en mil y una juntas multiplicando pronunciamientos y nulificando sus obras.
Aunque no se nombre a los indios, lo que subyace en los Sentimientos es un nuevo tipo de organización social que preserve “la dignidad humana de los pobres” –y los indios siempre lo han sido- de modo que, abolida la ley del más fuerte, se les restituyan las tierras. Que no es otra cosa lo que los Acuerdos de San Andrés Larráinzar reclaman.
Por otra parte, no es posible querer seguir a Morelos sin hacer lo que él: permanecer donde estén los problemas para poder enfrentarlos. Profundo creyente, aunó a su rancia formación humanista y a su piedad religiosa sus conocimientos de jurista. No fue un hombre que tomara las cosas a la ligera. Practicó un respeto tan profundo por el indígena que bien pudiera haber insistido tesoneramente en el autogobierno de los pueblos fundados. Al final, con todo y su gran autoridad, lo que buscó fue impulsar una sociedad de “iguales”.
Seguir en estos días el camino iniciado por Morelos implica, además, escoger el camino de los pobres. Eso el Gobierno no lo entiende ni lo acepta.
Para seguir a Morelos lo primero que hemos de lograr es la permanencia. Tanto el indígena, como quienes trabajemos a su lado, hemos de gastar los años sin quitar las manos del arado, ni los pies de estas tierras. A diferencia de los políticos de paso, Morelos estuvo para quedarse y en su programa pastoral gastó hasta su muerte todos sus años. No fue como los diputados actuales que llegan de pisa y corre, arrancan el voto, cobran sueldos altísimos y se largan. Para seguir a Morelos lo segundo que hemos de conseguir es una sólida formación humanística y técnica. Para seguir a Morelos lo tercero que hay que apuntalar es una utopía-atopía para una nueva sociedad que aprenda a
4.- GOBERNAR DESDE ABAJO
Y hacerlo realidad en el pan de cada día. Es entonces que el indígena se hace nación. Un ejemplo de la transición que busca el mestizo, ya lo han dado, porque lo han vivido, las etnias. No sólo ésas que en 1994 se levantaron en armas, sino todas aquéllas que aún conservan su sentido y organización comunitarios. Ésas que viven la autoridad como servicio a la vida y no como poder arbitrario. Ésas que cuentan con estructuras sociales que corresponden armónicamente a sus anhelos culturales de forjar una sociedad igualitariamente sana y en paz consigo misma.
Gobernar desde abajo significa que las bases gobiernen o que se lleven las riendas del gobierno de modo que sean los más pobres y marginados los que resulten decidan su destino. Ésos que desde allá en el sur hicieron oír su demanda: “¡Nunca más un México sin nosotros!” Ésos mismos que reptan el nuevo milenio obligados a sobrevivir de las sobras de los bienes que les han arrebatado, que tienen que pedir permiso para andar en su casa y vivir de sus bosques, que se han quedado sin nada porque tienen que arrendar lo propio.
5.- MÁS ALLÁ DE LOS SENTIMIENTOS
de la Nación que nos legó Morelos, están los pronunciamientos a favor de los indígenas. Sin embargo, ante la injusta realidad que les aqueja, tanto los Sentimientos como los pronunciamientos para los pueblos indios están agotando su sentido. No olvidemos que, como en tiempos de Morelos, la sociedad mayoritaria se sigue arrogando el derecho de manejar el problema del indio. Problema, porque éste ha sido estratificado muy abajo del nivel que regentea la sociedad que le tiene acotado. Problema, porque entre ambos grupos existe una relación asimétrica donde el dominio cultural, económico, religioso y político delata un colonialismo interno en el que siempre ha salido perdiendo el indio. Problema, en cuanto Gobiernos e Instituciones Civiles justifican su rol y estatus haciendo programas para ayudar a los indígenas, siempre y cuando a éstos no les vaya a tocar un papel protagónico. No de otra cosa se ha tratado que de privilegiar la acción indigenista a costa de la acción indígena.
Los últimos 500 años ha visto pasar el indio muchos redentores, desde Bartolomé de las Casas a Tata Lázaro pasando por Don Vasco hasta llegar a Hidalgo y Morelos, pero ninguno le ha liberado. Y no es que éstos no hayan sido, y con mucho, prohombres; es que para que el indio sea libre, las cadenas ha de romperlas él mismo. En ése su proceso, por buenos que ser puedan, de poco sirven los Marcos. Porque la verdadera liberación indígena cobra su validez por su autagogismo. No hay extraño que lo pueda implementar. Ni siquiera, por sus fuerzas solas, miembro alguno de su comunidad. Es colectivo. Miren que cuando una comunidad hace descansar su responsabilidad en líderes, cae en el indigenismo. Elude así su responsabilidad. Se orilla al etnocidio. De hecho, si la acción indígena comunitaria no conquista su lugar, entonces los mismos indígenas como individuos terminan, como estos últimos años lo pueden comprobar, en promotores de programas urdidos por la sociedad que les domina.
Más allá de Los Sentimientos, que marcaron sus tiempos y nos dejaron mucho, queda el reto de que ahora los indígenas escojan con libertad plena su propio camino. Su estrella polar y brújula la tienen en su Xiranhua. Faro que les ilumine: errores y éxitos que en su caminar han tenido. Se librarán así del colonialismo interno, de la estructura dual, del integracionismo, de las clases sociales del capitalismo y, sin dejar el juego pleonástico de los “ismos”, de esa plaga que al eclecticismo contemporáneo suma relativismo. Y entonces sí, al menos ése es mi turixi punto de vista, tras un proceso creativo y re-creativo, esas queridas comunidades indígenas respondiendo al reto de su tiempo, se revolucionarán a sí mismas, de manera tal y a tal grado que no tarden ya en hacer realidad
6.- LA EXPULSIÓN DE LA BESTIA TRIUNFANTE
O el fin de las solidaridades. Con la irrupción brutal de la modernidad y de la lógica tecnócrata mercantil de los neoliberales, el sistema electoral actual irrumpe en los pueblos originarios desplazando sin más las maneras comunitarias de hacer las cosas; por ejemplo, elegir a una autoridad. A cambio de esa pérdida cultural, los gorjeos guajoloteros de partidos y candidatos, prometiendo como el que más, se montan sobre valores perdidos. Las circunstancias existenciales y las costumbres de los p´urhépecha, vestidas de un lenguaje que otrora hubieron obedecido más al servicio y a la tradición oral, se ven copadas por ese almácigo groseramente gigantesco que invade la propaganda de los partidos en su lucha chapucera por hacerse del poder. Los centavos abundan. Las promesas, también. La realidad es la misma: lo que cuenta es llegar y estar arriba.
Panacea del mundo contemporáneo occidental, la democracia seduce porque conlleva la idea de que el poder pertenece al pueblo: demos=pueblo, cratos= autoridad. Nada más contrario a la realidad. Si no por el modo de conseguirla, sí por el modo de ejercerla. Habrá quienes filosóficamente antepongan que la democracia es óptima en cuanto refiere un cuerpo de doctrina que sostiene que sólo por ser persona y sin importar su status social ni su rol, puede participar en la vida política. Aunque en la política sean los poderosos de quienes pendan rumbo y riendas. Formulada así, para la Meseta, así como para las clases marginadas y desprotegidas, democracia es utopía. Lo es porque en la práctica las masas populares siempre escucharán de sus dominadores que sus necesidades y aspiraciones se hallan representadas por quienes gracias a su sufragio llegaron al poder. Sólo que quienes emitieron el sufragio, nunca han tenido representatividad real ni acceso a y en la toma de decisiones políticas. Lo que priva ahora es el caudillismo. Dígalo si no su realidad cotidiana.
Condenados a desdibujarse por el implacable viento neoliberal y el apocalíptico simún de la expansión occidental, son empujados a la nada metafórica de la antropofagia política y financiera que el México actual no deja de aceptar como una manera de vivir y convivir “civilizada”. No por otra cosa, el pueblo p´urhépecha, al menos ése que han pregonado sus tata k´éricha, a la par que otras etnias, por obra y gracias de la “democracia” de las clases dominantes, sigue en proceso de desintegración. Y extinción.
Porque al proceso democrático en el que todos somos llamados a participar sólo lo justifica su apotegma: para todos, igualdad de oportunidades. Dense una vuelta por los territorios de los pueblos originarios, a ver si sí, tras casi 100 años de supuesta democracia, encontraremos una igualdad económica, por ejemplo, entre la gente de Santa Rosa de la Comunidad Indígena de Pamatácuaro y entre la del Club Erandeni de Morelia. Y es que la libertad e igualdad de oportunidades propuestos por la democracia neoliberal son formales y no reales. En otras palabras, de poco sirve la democracia política como fuente de legitimidad para quienes la utilizan para llegar al poder, si no va acompañada de democracia económica. Por eso, para los pueblos marginados y muy particularmente para el pueblo p´urhépecha, la democracia cobra sentido si conlleva autonomía y recuperación territorial como clave del proceso. Lo que aún no sucede. Por eso, aggiornando el Sentimiento Nº 12 habría que gritar:
7.- NUNCA MÁS UN MICHOACÁN SIN LOS OTROS
Recapitulando, resultado de la incapacidad de comprender lo que nos es distinto, adviene la imposibilidad de aceptar lo que nos es ajeno. Tal y como aconteció a los españoles que, con la intención de apropiárselas, arribaron a estas tierras. De hecho, basta con recorrer las páginas de esa historia, es más, basta con acudir aquí y ahora a la memoria colectiva de quienes eran sus dueños, para certificar con toda crudeza cómo la simple percepción de lo distinto arrastró a los conquistadores a intentar a toda costa la aniquilación de lo otro. Miren que en lenguaje de esos castellanos era el indígena el bárbaro. Asumiéndose a priori como los únicos civilizados, tal y como suele suceder al adulto frente al niño, al sano sobre el enfermo, al rico sobre el pobre, al jerarca frente al laico, siempre pretendieron poseer la razón sobre quienes luego de llamarlos salvajes, más tarde los llamaron indios. En consecuencia, habrá que tener en cuenta que de la percepción que se tenga del otro, devendrá el tipo de interacción y las reglas del juego que por parte del más fuerte pretendan imponerse.
Como sabemos, se trata de una interrelación dispar que suma ya 500 años; por lo que aquí en Michoacán, particularmente en estas tierras p’urhépecha, no ha dejado de surgir la necesidad de reclamar un cambio en lo que atañe a la percepción del otro. Porque si queremos que ya en este siglo XXI se revalore su función, entonces tendremos que acudir a ese otro para que primero nos revele su sentido y luego, ya en junta, nos permita a unos y a otros pasar de nuestro mutuo redescubrimiento a la construcción de una relación en justa reciprocidad. En otras palabras: si rehuimos del otro no escaparemos jamás de nuestro egocentrismo. Sólo así podrá retornar cada quien, asumidas la otredad y su aventura, enriquecido. Sólo así podrá superarse el embate aquél que, allende la conquista, no pocas veces produjo un etnocidio. Y así, de conseguir transformar esa relación asimétrica, podremos desembocar a una interculturalidad nueva.
De lograrlo, no nos sorprendamos, quizá las dos partes de ese entramado social terminemos por sufrir “la desilusión” de tener qué reconocer que el indígena se asemeja a nosotros. Que nunca hubo ni habrá sustantiva diferencia. Que tan sujeto de derecho es “el nosotros” como sujeto de derecho son “los otros”. Y que entonces, para poder exigir “nunca más un Michoacán sin nosotros” debemos de aceptar sin remilgos “nunca más un Michoacán sin los otros”. Lo que nos arrejola, por así decirlo, a luchar por hacer realidad un México multicultural y multiétnico, al igual que un Michoacán en donde se reconozcan y respeten las diferencias para nunca volver a lucrar a costa de ellas. Como afirmara Levi-Strauss: “vale para todas las culturas el hecho de que no se parecen en sus semejanzas, sino que se asemejan en sus diferencias” (apud Leppenies, 1996). Reto obvio para la sociedad t’urhixi nacional, habidos sus cinco siglos de pragmático rechazo a los pueblos indígenas. Reto, aunque raro le parezca, para los pueblos indios, que, según sus percepciones de cohesión interna y sus incursiones en el mundo externo, no ha dejado de moverse entre impulsos de arraigo y actitudes de descubrimiento. Si Morelos hubiese estado sufriendo los embates del siglo XXI, quizá en ese tenor hubiese redactado sus Sentimientos.
Meseta P’urhépecha
Mes de septiembre, mes de la Patria, ¡mes de la Matria!
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