JUCHARI UANDAQUA /EDITORIAL

Un Tata o Nana K’eri es cuando ha demostrado servicio a su comunidad.

Juchari Uandakua /Editorial

A diferencia de lo que sucede en la sociedad dominante, en la que el pensamiento capitalista de corte neoliberal privilegia a quienes valiéndose de su astucia y palabrería se autodenominan voceros de las masas, en la cosmovisión p’urhépecha la ambición de poder no casa con la estructura ni con el tejido comunitario. De hecho, no sólo lo percude, sino que lo aniquila. Porque para el p’urhépecha el hombre no vale por el puesto que adviene o por el poder que detenta. Acá el poder sólo se concibe como servicio a la comunidad. Tal y como dice el dicho: “tanto vales cuanto sirvas a los demás”. Que en eso consiste lo que antropólogos, como Gonzalo Aguirre Beltrán, llaman “economía de servicio”.

En ese sentido, resulta totalmente avieso que de unos años para acá se hable de líderes. Líder, del inglés ‘lieder’, se aplica a aquel individuo que asume, que toma para sí, toda la responsabilidad de la toma de decisiones del grupo al que controla. Todo lo contrario de la concepción p’urhépecha que finca en la circularidad comunitaria la toma de decisiones. Todo lo opuesto al tata o nana k’eri, quien llega a ser reconocido como tal, sólo cuando ha demostrado toda una vida de servicio a su comunidad, sin afanes de dominio, ni de acumulación de canonjías; porque su papel no ha sido otro que formar comunidad de bienes. En ese sentido, ni domina ni manipula.

De hecho, la economía de servicio, opuesta a todo liderazgo, no va con la asociación capitalista o socialista de privilegios. Contraria por esencia al sentido piramidal de poder, deja muy en claro que el poder no se consigue escalando puestos. Se consigue mediante el servicio humilde y eficaz. Se trata de un poder de servicio en el que no hay separación alguna entre carga y dignidad. En otras palabras, en el tejido circular comunitario todos tienen dignidad por igual: ¡quien quiera acceder a la dignidad más elevada que asuma los compromisos más álgidos!

Lo que no resulta tan sencillo. Quien pretenda asumirse como ‘líder’, ha de tener muy en cuenta que no le queda otra que fundirse con la circularidad comunitaria. De no hacerlo, corre el peligro de convertirse en un dominador que, más pronto que tarde, acabará por adueñarse de la verdad y de las riendas. Y de querer ajustar el mundo comunitario al tamaño de sus ideas, aceptando que le llamen ‘líder’… (lo que es un insulto a la verdad y al sentido comunitario).

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